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El punto de partida
La Violeta es una taberna histórica del barrio, cuya remodelación y puesta en valor se planteó con el propósito de recuperar el espíritu original del espacio. Inspirada en la estética de las bodegas y vermuterías madrileñas de principios del siglo XX, nuestra intervención buscó mantener los elementos más significativos del lugar, evocando sus inicios en los años 30 y rindiendo homenaje a su legado.
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El reto
El mayor desafío fue respetar la esencia tradicional de la taberna, integrando elementos contemporáneos sin desvirtuar su identidad histórica. Nos centramos en tres puntos clave: la estantería, la barra y los zócalos de mármol.
Restaurar las estanterías, potenciar el abigarramiento visual y fomentar la interacción entre los clientes y el tabernero sin perder la atmósfera íntima que caracteriza estos espacios, requería un ejercicio de diseño minucioso. La dificultad radicaba en encontrar el equilibrio entre la autenticidad y la funcionalidad, conservando el legado histórico mientras se mejoraba la experiencia del usuario.
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El resultado
El proyecto final es una reinterpretación contemporánea de las tabernas madrileñas. Las estanterías originales se restauraron cuidadosamente, y se colocó un espejo tras ellas para generar un efecto de amplitud y reflejar no solo las botellas, sino también la vida que sucede en el bar.
La barra se mantuvo con su característico damero rojo, remarcándola mediante un contraste en negro en las zonas adyacentes. Se diseñó un suelo en damero negro que dialoga con la barra, creando una simetría que potencia la horizontalidad del espacio, mientras el techo negro prácticamente desaparece para ceder protagonismo al tabernero y su interacción con los clientes.
Para enriquecer la relación visual, se colocaron estanterías colgantes en tubos de acero rojo, que recorren el local a una altura superior a la cabeza. Este gesto permite exponer productos sin obstaculizar la visión y refuerza la conexión entre camareros y clientes.
Un elemento novedoso fue el diseño de una barra colgante bautizada por los propietarios como "el columpio". Este elemento escultórico permite apoyar la caña y la tapa, rodeándolo y fomentando la interacción entre clientes sin necesidad de estar de cara a la pared.
En la zona tras la barra, que antaño pudo ser la vivienda del tabernero, se delimitaron dos espacios mediante el suelo: un pasillo negro que conduce al baño y una zona de salón en damero, ideal para estar de pie o sentado, enmarcada por un gran mural de fondo.
El éxito del proyecto también radicó en la complicidad con los propietarios, quienes entendieron la propuesta y atrezaron el espacio acorde a su identidad. Esta sinergia permitió crear un entorno cálido y auténtico, donde tradición y contemporaneidad conviven en perfecta armonía.











